Razones por las que empecé a correr y me lo tomé en serio

Paco Cetina
19 min readApr 2, 2023

Suelto una leve carcajada porque hace unos minutos leí, en este mismo libro, que cuando Haruki Murakami es invitado a dar un discurso se recuerda a sí mismo elegir palabras que hagan a la audiencia reír para que se sientan cómodos. Después me hizo pensar “he cachado al autor; no solo escribe sus discursos con partes chistosas, también lo ha hecho en este libro”… “te caché Murakami” pensé.

No estoy escuchando un discurso del autor, estoy leyendo uno de sus libros: “ De qué Hablo Cuando Hablo de Correr”. Estoy justo en el capítulo cuando el novelista-corredor escribe sobre la vez que corrió un ultramaratón (99 kilómetros) en Hokkaido, un pueblo al norte de Japón. La carrera se corre a lo largo de la orilla del lago Saroma al que el autor se refiere como “ridículamente largo”. Se me ha hecho muy curioso que siempre describe a los animales que se encuentra en el camino, si están vivos, si están muertos, cuántos vivos y cuántos muertos y su aspecto. Con esa sensibilidad de artista, sus ojos absorben parte del recorrido y en el camino de esta carrera hay vacas “perezosamente masticando la hierba” escribe, “están demasiado ocupadas comiendo hierba para preocuparse por todas estas personas caprichosas y sus actividades sin sentido”. Esta última fue la frase que me sacó la carcajada, y me sacó de la lectura para detenerme a reflexionar. ¿Es caprichoso correr? ¿Es una actividad sin sentido?. Creo que el autor, se refería a que correr un ultramaratón de 99 kilómetros podría ser caprichoso y sin sentido. Pero eso no solo lo pensaría una vaca, que ve la vida pasar, también lo piensa un médico que me atendió una lesión que tuve en las rodillas cuando me preparaba para mi primera carrera. “Nunca he entendido a los corredores” me dijo mientras le hacía pruebas a mi rodilla y yo observaba su consultorio lleno de referencias a Michael Jordan. Creo que Murakami intencionalmente escribió esa línea para hacer reír. O no. No lo sé realmente. Lo que sé, es que me sacó de la lectura la reflexión. ¿Es caprichoso correr? ¿es sin sentido? Empecé a leer este libro hace 1 semana, justo un día después que corrí mi segunda carrera de 10 kilómetros el domingo 8 de enero de 2023. Sin embargo, por la carcajada y la reflexión que siguió, puse en pausa la lectura por ahora.

Lo que no puse en pausa fue el acto de correr. La semana de la carrera (del 2 al 8 de enero) corrí 25.22 kilómetros. Cuando crucé la meta, en realidad, había cruzado el kilómetro 25 de la semana. Había terminado la segunda carrera que me propuse correr 3 meses atrás. Llegar a este momento, implicó correr un total de 20.37 km en septiembre, 41.57 en octubre, 73.52 en noviembre y 44.87 en diciembre (mes que me lesioné las rodillas). En total corrí 205.55 kilómetros, así que al cruzar la línea de la meta ciertamente sentí una euforia, que segundos después se transformó en un extraño sentimiento de vacío, pude ponerlo en lenguaje cuando pensé “¿y ahora qué sigue?”. Fue muy extraño sentir en segundos una sensación de logro que rápidamente se fue marchitando hacia un sentimiento de angustia y de ansiedad. Por fortuna, lo que siguió fue una fiesta, la fiesta del Maratón de Mérida, así que después de estirar mis músculos, me dirigí hacia el área en donde dieron las medallas. Disfruté mucho el momento en el que me la colocaron en el cuello, después comí un plátano y tomé una cerveza que estaban regalando por un patrocinador.

No gané la carrera, aun así me sentí ganador: mejoré por mucho mi tiempo de la primera carrera. Logré por vez primera correr 10 kilómetros a un ritmo medio de 5.37 minutos por kilómetro. La carrera la gocé. Pareciera que ese gozo fue cortado de forma abrupta cuando crucé la meta.

En el último trimestre de 2021 una de mis hijas fue diagnosticada con TDA. Un año después, en el último trimestre de 2022, justo cuando me tomé en serio correr, había leído un par de libros sobre el TDA. Quizá leí el mejor que existe. Aunque fue escrito en 1999, fue para mí como una especie de Epifanía pues poco a poco comprendí, gracias al libro, que yo también tengo TDA.

El libro se llama “Scattered Minds” o “Mentes Dispersas” y fue escrito por Gabor Mate, un médico canadiense de origen húngaro que con los años se ha vuelto experto en los temas de niñez, trauma y adicciones. Así que leyendo este libro, encontré un inesperado momento de revelación. Ese en el que de repente muchas cosas de mi vida cobraron sentido: morderme las uñas (por ahora superado), los riesgos excesivos en la adolescencia (abuso en el consumo del alcohol por mencionar uno), hiperactividad física de niño, hiperactividad disfrazada de ética laboral de adulto, hiperactividad mental toda la vida, dificultad extrema para concentrarme en los estudios sobre todo durante la preparatoria, impulsividad (hablar mucho e interrumpir a los demás) y un largo etcétera de rasgos y conductas que por ahora no ahondaré.

No me tuvo que diagnosticar un experto (psiquiatra) porque como dice el experto (mi psiquiatra) leyendo sobre su trastorno o condición “uno se vuelve experto”. En el afán de comprender mejor cómo funciona la mente de mi hija para ayudarla mejor, entendí cómo funciona la mía y supe que no están conectados los cables en mi cerebro (circuitos neurológicos) de la misma manera que los tiene organizados una persona neurotípica, que según el sitio www.espacioautismo.com, se define como “…aquella en la que su neurodesarrollo está dentro de lo esperable y que por lo tanto, no tiene ninguna alteración en su neurodesarrollo como podría ser autismo, TDAH o Síndrome de Tourette”.

Quizá el hallazgo más importante de todos que obtuve al leer “Mentes Dispersas” es la explicación sobre el des-orden en la atención. Algo que se supone que se mejora con los años al madurar la corteza prefrontal, ese lugar del cerebro que tenemos justo a la altura de la frente y que nos ayuda en la toma de decisiones ejecutivas. El desorden en la atención es explicada de forma espléndida en el libro, con una analogía de un policía quien dirige el tráfico para ordenarlo: mientras que detiene el flujo de los vehículos en una calle, permite el paso de unos en otra, para después, detener el flujo vehicular de esta última y solicitar a los autos (que se encuentran detenidos en la otra arteria) retomar la marcha.

Así, con sus indicaciones el tráfico fluye, ¡hay orden! Pero si el policía se durmiera en la chamba y no hubiera semáforos, el caos no tardaría en presentarse. Quizá en una de las arterias los conductores empezarían a exasperarse, unos seguro invadirán el acotamiento, otros saltarían con sus autos a la banqueta, quizá los afortunados que se encuentren en el mero cruce, dejarán en segundos de ser afortunados pues es muy probable que algunos de ellos choquen, lo que haría que se muevan aún más lentamente los vehículos, causando sin duda que muchos toquen el claxon, insultos y quizá, hasta viadores liándose a golpes.

Por si no he sido claro parafraseando la analogía del Dr. Maté, los pensamientos son los autos, y el policía que se duerme en la chamba y que causa esa “alteración” en el neurodesarrollo son algunas partes del cerebro que no están haciendo “bien” su función, como la corteza orbitofrontal, una región de la corteza prefrontal, que como su nombre indica está justo detrás de la órbita de nuestros ojos.

A nivel químico ese “no hacer bien la chamba”, se podría resumir como una alteración en dos sustancias químicas: la dopamina, un neuromodulador que nos ayuda a sentir bienestar y la noroadrenalina. La función de estas dos sustancias químicas es la misma que la de un cartero: entregar mensajes. En este caso, los mensajes químicos de una parte del cerebro a otra parte del cerebro. La dopamina y la noroadrenalina comunican a la corteza prefrontal con los ganglios basales y su alteración produce lo mismo que pasaría si un cartero que lleva mensajes importantes es perseguido por un perro y altera su ruta, pues el contenido que llevaba del emisor no llegará al destinatario que necesitaba ese pedazo de información para llevar a cabo funciones o tareas. Los problemas más notorios del TDA como la inatención, la impulsividad y la hiperactividad hallan su origen en este desbalance que yo entiendo como un déficit de dopamina. El cartero es la dopamina y si se pierde en el circuito que supone ser el reticulado de las calles de una ciudad, claramente habrán problemas.

Esto lo aprendí tratando de entender más sobre el medicamento que toma mi hija, el metilfenidato, que sirve para paliar los síntomas de inatención y de hiperactividad en la niñez afectada por el TDA. El metilfenidato es un estimulante, no un depresivo, y si te quedaste como yo pensando por qué diantres le darías un estimulante a alguien con hiperactividad, está la espléndida analogía del Dr. Canadiense Gabor Maté que plantea las preguntas, ¿qué le darías a un policía para que no se quede dormido en el trabajo? ¿un estimulante como el café o un depresivo como el alcohol? claramente lo que sea que lo despierte para hacer su trabajo. Justo es lo que hace el metilfenidato: aumenta la concentración de la dopamina y la noroadrenalina, es decir, trata de reducir el “desbalance” de esos químicos en el cerebro, pues al incrementarlos (que como ya vimos su función es la de transmitir información entre neuronas y regiones cerebrales; de allá que se conozcan como neuro-transmisores o neuro-moduladores) se normaliza su función. Las cartas del remitente por fin llegan al destinatario.

Tiempo a solas

Desde una perspectiva más humana, el Dr. Gabor Maté explica que lo que le pasa a un niño, cuando tiene episodios fuertes de inatención, es que en realidad se encuentra en un estado casi de disociación, es decir desconectado de la realidad externa y conectado a una realidad distinta. No necesariamente irreal como algún episodio de esquizofrenia, pero sí una que lo aleja de la realidad tangible de su entorno. Es una especie de mecanismo de defensa que se desarrolla en las primeras semanas de vida y que se refuerza en los primeros años de vida, en donde ambientes altamente disruptivos para el niño o la niña hacen que su cerebro aprenda a desconectarse de la realidad. Es tan dolorosa la realidad exterior que el cerebro se desconecta de ella para no percibirla más.

Los circuitos neuronales anormales, que una vez aprendidos de niño y reforzados una y otra vez por los ambientes externos desfavorables, se graban en el cerebro como los surcos que le causa el cincel a la piedra. El cerebro aprendió a no estar donde “debe”. Esto es muy importante porque sirve para explicar la hiperactividad, también como una forma de disociación, es decir, al hacer otras cosas estoy nuevamente desconectándome de la realidad y este es un patrón del que no somos conscientes y repetimos incluso siendo adultos, porque no estamos cómodos con nosotros mismos, con lo que está en nuestra mente, y entonces tratamos de no estar solos con nuestra mente, porque allí no es un buen lugar para estar.

Para mí, esto dio origen a buscar una validación social porque si no estoy bien conmigo mismo, quizá esté bien con otros ¿y que está fuertemente ligado a socializar durante la adolescencia? el consumo desmedido del alcohol.

Bebía alcohol porque todos lo hacían pero también para estar más relajado y así estar menos solo. Tenía la idea equivocada de que no tener compañía era estar solo y que eso estaba mal. Me causaba ansiedad que fuera viernes y no tener ningún plan para salir con alguien, y el lunes llegar a admitir que patéticamente pasé el fin de semana “solo”.

Tarde aprendí que uno puede estar bien consigo mismo, que “no estás solo” sino que estás contigo. Supongo que por muchos años no supe estar solo, y ahora que estoy a unas horas de tener 42 una de las cosas que más disfruto es precisamente mi soledad.

Ahora que he aprendido a estar bien conmigo puedo salir a comer solo, a irme de viaje solo. Tengo una especie de adicción a estar conmigo y correr es lo que me ayuda a lograrlo. Por eso corro con la frecuencia que lo hago (5 y con suerte 6 veces por semana), corro para huir de los demás y para estar conmigo. Una vez conectado a mí mismo, una vez cómodo conmigo, es cuando puedo estar mejor con otros. Pienso que estar solo “para estar mejor” es mejor que disociarse estando con los demás, sobre todo cuando hay quienes necesitan de mí. En otras palabras, corro para no tener que huir.

Cuando corro, no pienso en nada, o en muy poco, de hecho aprendí que correr es el antídoto contra mi hiperactividad mental, que se podría explicar como una mente siempre despierta, siempre hablándome, burbujeante en ideas que se cruzan una con otra en diversos planos al mismo tiempo como una lluvia de estrellas en donde los astros están en constante movimiento.

He aprendido que mi mente no es un caos, es solo un ordenamiento diferente de las cosas, que una vez aprendido a contemplarla puede llegar a ser hermosa como la pintura de Van Gogh “La noche estrellada”. Correr es adictivo porque calla las voces en mi cabeza que normalmente nunca se callan. Hace lo mismo que hacía el alcohol (relajarme) y que abandoné por no convenir a mis intereses de salud física y sobre todo de salud mental. Reemplazar al alcohol con escritura o ejercicio ha elevado significativamente mi calidad de vida.

De eso mismo escribe Haruki Murakami en su libro “De Qué Hablo Cuando Hablo de Correr” donde explica que él corre para estar en un vacío, que no piensa en nada o en poco más bien que valga la pena mencionar. Lo dice contundentemente: “corro para adquirir un vacío”. En otras palabras corre para no pensar. Aunque en ocasiones, dice, uno que otro pensamiento ocasional se desliza a su mente y que los pensamientos que le ocurren son como nubes en el cielo; nubes de diferentes tamaño que vienen y van mientras que el cielo (su mente) permanece igual siempre. “Estas nubes son meros invitados en el cielo que pasan y se desvanecen dejando el cielo”. “Busco activamente la soledad. Especialmente para alguien con mi línea de trabajo, la soledad es, más o menos, una circunstancia inevitable. A veces sin embargo, esta sensación de aislamiento como el ácido que se derrama de una botella, puede carcomer inconscientemente el corazón de una persona y disolverlo. Podrías verlo también como una espada de doble filo. Me protege, pero al mismo tiempo constantemente me corta desde el interior. Creo que a mi manera soy consciente de este peligro -probablemente por experiencia- y por eso he tenido que mantener mi cuerpo en constante movimiento, en algunos casos llevándome al límite, para sanar la soledad que siento por dentro y ponerla en perspectiva. No tanto como un acto inventivo, sino como una reacción instintiva.” Escribe Murakami quien corrió ese ultramaratón de 99 kilómetros mientras las vacas comían plácidamente pasto en la costa del norte de Japón.

Pero no todos corren para estar solos o para ayudarles a poner las cosas en perspectiva. Juan Bacab, es un maestro de la Escuela Normal Superior de Yucatán y maestro de futuros maestros de educación física. Juan tiene 41 años y corre inspirado por su hija que como la mía también tiene discapacidad motriz. Juan corrió su primer maratón el mismo día que yo corrí la carrera de nuestra ciudad, Mérida. Al kilómetro 7 empezó su diálogo interno “¡estoy en un maratón” “…llévala con calma, tu familia te verá en tales lados” fue lo primero que se dijo a sí mismo. Todo era una pachanga hasta que en el kilómetro 26 a Juan le apareció una molestia en la planta del pie, de ahí al kilómetro 31 sentía una punzada leve, decidió bajar el ritmo de su trote y la respiración ya empezaba a ser forzada, su capacidad pulmonar de Juan quien había corrido antes incontables carreras de 10 kilómetros y varios medios maratones, empezaba a llegar a su límite. Aun así trotó otros 8 kilómetros, y en kilómetro 39 se dijo a sí mismo con afán de completar los 42 kilómetros “ya falta poco”. Los últimos 12 kilómetros fueron “de mucha cabeza… mucha plática interior, mucho autodescubrirte”. ¿Y qué platicabas contigo, se puede saber? le pregunté. “Por qué decidí correr esto, para qué, para quién” me contestó Juan, con quien cursé toda la secundaria por allá de la primera mitad de los noventas.

Lo que cruzó por su mente en esos 12 aciagos kilómetros fueron palabras que se dijo, por ejemplo “mi hija y su condición, sus terapias donde nunca he escuchado ‘ya me cansé’ o ‘no quiero hacerlo’.

Como Murakami, Juan llevó su cuerpo al límite y como Murakami, no sobrepasó ese límite, pues en algún tramo de este, su primer maratón, decidió caminar 20 minutos para reponerse. Tomando el ejemplo de su hija, estuvo cómodo con la manera en la que enfrentó las molestias en el pie, así como llegar al tope de su capacidad pulmonar. “Caminar en un maratón como primera vez no es malo, es aprender de esta prueba”. Con varias carreras y un maratón en su haber, Juan no se considera corredor, “me gusta correr y hacer las cosas con gusto” quizá por ese gusto de hacer las cosas bien, diseñó en tiempo real una conversación consigo mismo cuando parecía que su cuerpo estaba en rebeldía con las decisiones de su mente, le decía “sí puedes, hay quien ha pasado por esto y lo superan tú puedes, paciencia”

“Te entiendo” le respondí para agregar que yo “como otro papá con una niña con discapacidad física comprendo cómo nuestras hijas nos dan lecciones de esfuerzo y perseverancia”.

“¿Corres la carrera (maratón) por tu nena? así fue, me imagino.” le pregunté.

“No tan real, pero digamos que es una parte anexada en momentos duros”
Me contestó Juan.

Cuando le pregunté si pensó en parar por algún momento me dijo que sí.

“Cuando pruebas tu primera 21K suele aparecer, a veces por desesperación por querer llegar o porque ves a gente que sabes que le puedes ganar y te rebasa”

“Hay mucho de competitividad, la neta” le dije.

“Sí, pero ahí está el asunto, tal vez 5 kilómetros ya es para ti algo sencillo y veas los 10K como algo posible. Todo es posible. Yo no lo entendía bien hasta que comencé la distancia larga. Si quieres correr un maratón primero debes hacerte experto en distancias largas, mínimo 30. Experto significa disfrutar, gozar, hacerte fácil esa distancia tanto en ritmo suave como rápido. Gozar la carrera de 21K es decir, correrla bien dando ese esfuerzo pero acabando entero (1:45 a 1:50 de tiempo es lo ideal). Competir en una 10K es que en esa distancia corras muy rápido, 44 a 47 minutos es el parámetro, te esfuerzas más, pero es acabar sintiendo el esfuerzo y estar a full en emociones. 5K es correr quedándote sin oxígeno pero al llegar a la meta, en dos minutos ya estás recuperado. Ahí es hacerla entre 20 a 23 minutos” así lo dice Juan quien considera que la parte mental es muy importante. Así lo dice este maestro de profesores de educación física quien ha corrido muchas carreras y paradójicamente no se considera a sí mismo un corredor.

El cuarteto de la felicidad

La primera y única vez que escuché sobre la vitamina DOSE, fue de Zurama Balam, una compañera de trabajo y corredora de hace muchos años. Me preguntó porque hacía ejercicio y le dije que tras unas sesiones con un querido amigo Omar Briceño, Psicólogo Deportivo, enlisté 5 razones o motivaciones extrínsecas para que cuando las intrínsecas que naturalmente se van a deslavar, se deslaven, entren al quite. Entre una de las cinco motivaciones extrínsecas que le enumeré le dije que era para sentirme bien. “Ah.. tú corres por la vitamina DOSE” me dijo. DOSE, es la abreviación de Dopamina, Oxitocina, Serotonina y Endorfina, el llamado cuarteto de la felicidad.

Como ya vimos con la dopamina, son las hormonas o químicos que independientemente de los circuitos neuronales que corren, al final del día todas causan bienestar. Así que yo corro también porque entiendo que correr activa de forma espléndida a mi cuarteto químico de la felicidad.

Fortaleza mental como producto de la fortaleza física

Otra de las razones por la que empecé a hacer ejercicio, es por otra de mis hijas Amelia, quien a veces necesita ayuda para subir y bajar del auto o escaleras. A veces incluso para pararse tras una caída en sus intentos por caminar sin andador. Una día después de llevarla con su nutrióloga decidimos ir a comprar parte del plan nutricional a un sitio que nos fue recomendado por la especialista. Al llegar al lugar notamos que una automovilista se estacionó en el cajón para personas con discapacidad (sin tener discapacidad o llevar a una persona con esta condición) lo que hizo que me estacione entre dos vehículos que estrecharon el espacio que queda para abrir las puertas. El ángulo no llegó ni a 45 grados así que Amelia tendría muchas dificultades para bajar, así que decidí cargarla, pero mi postura no fue la correcta y me lesioné la espalda. Por eso empecé a hacer pesas, para ser como un enfermero de esos que están apostados cerca del área de emergencias en los hospitales donde están preparados para cargar las camillas con los pacientes que llegan acostados en ellas por ambulancia. Esa era mi imagen mental: tengo que ser físicamente fuerte para mi familia, como un enfermero de urgencias médicas. Yendo al gimnasio para incrementar masa muscular hizo que me enamore de lo bien que se siente correr. Mi couch se llama Harley Guevara y al comenzar mi sesión y al terminarla, Harley me mandaba a hacer cardio, o “cardiólogo” como él le decía cuando estaba de buen humor. Esas eran mis partes favoritas de las sesiones de ejercicio. Correr en cinta me ponía muy de buenas. De la cinta que corrí los primeros tres trimestres de 2022 salté a la calle el último de ese mismo año empujado una vez más por Zurama, que como corredora desdeñaba un poco el running en cinta. “Correr en asfalto, eso es correr” me decía. Así que decidí retomar correr en la calle y gracias a ello, mi mundo cambió.

Dos de mis tres hijas ya se acercan a la pre-adolescencia y Seidy, mi esposa y yo empezamos a ver esos rasgos de irritabilidad en ellas. El problema es que suelo ser de mecha corta y muy confrontativo cuando algo no me parece, así que trabajo para no ser un papá que se enganche en discusiones con sus hijas, que también he entendido algunas veces es inevitable tenerlas. Pocas cosas externas hacen que yo pierda mi centro y las discusiones con Amelia son una de ellas.

Convertirme en un papá emocionalmente fuerte, es para mí uno de los principales retos de mi vida. Parte de esta fortaleza mental, viene también de trabajar la fortaleza física. De hecho en su libro “De Qué Hablo Cuando Hablo de Correr” Haruki Murakami, dice que correr por más de dos décadas lo ha hecho más fuerte, tanto físicamente como emocionalmente.

Redistribución de energía

Viví más de la mitad de mi vida, 22 años intensamente enfocado en solo trabajar. Sin tiempo para mí, o poco tiempo. También con poco tiempo para los demás, y eso incluyó prácticamente los primeros 10 años de mis hijas, quienes han expresado su pesar sobre mi ausencia, esto lo he documentado plenamente en otro esfuerzo reflexivo y de resignificación de mi paternidad en Lo Suficientemente Bueno, un podcast de paternidad cuya temporada piloto fue financiada por la empresa que dirijo, GRUPO KX. Quizá porque trabajé muy duro desde los 19 es que ahora a los 43 me he ganado el privilegio de distribuir mi tiempo; sin embargo, no es gratuito, pues muchas veces para lograrlo, debo despertarme al filo de las cuatro de la madrugada o dormirme cerca de la media noche. Ejercitarse de forma aeróbica (correr) o anaeróbica (pesas) es producto de un diseño meticuloso de las actividades de mi semana, y muchas veces eso incluye planear por anticipado desde el fin de semana, la semana por venir.

Aprender por cuenta propia

Correr me ayuda a aprender por cuenta propia. Me ha recordado lo dolorosa que suele ser cualquier curva de aprendizaje. Pasé de no aguantar correr más de 7 minutos sostenidos, a correr más de los 60, por ahora. Mi sueño es como Juan, un día correr un maratón para después otro día, quizá correr otro. Los logros “se van apilando como dice Murakami”. El chiste es correr, no dejar de correr pero debes aprender a hacerlo. Puedes comenzar como yo, aprendiendo por cuenta propia, pero eso no significa aprender solo, sino aprender con otros, empujado por tu propio impulso por lograr (y hacer cosas nuevas). Aprendí por ejemplo, que para reducir las posibilidades de una lesión, uno debe recibir masajes musculares, que por cierto para mí fueron extremadamente dolorosos. Muy alejado de un masaje como el que recibirías en un spa, más bien es fisioterapia intensa que usa la fricción, la compresión y el estrujamiento en la musculatura. como prevención y tratamiento de problemas en los músculos. Lo más importante es aprender a cuidar tu cuerpo, porque en ese ejercicio de cuidarlo al hacer ejercicio puedes dañarlo. Haruki Murakami dice que es importante empujar tu cuerpo a sus límites, pero que si los excedes todo será desperdiciado.

¿Así que, por qué empecé a correr y me lo tomé en serio?

Porque quiero vivir mi vida plenamente, lejos de la enfermedad y cerca de la plenitud. Porque me ayuda a administrar mejor mi tiempo y no estar ausente. Porque me enseña sobre el balance eterno de la vida, reflejo del balance del universo, por ejemplo a cuidar la relación con mi cuerpo sin que vaya en detrimento de mi relación con los demás. Me lo tomé en serio porque me di cuenta que correr lleva mi mente a lugares seguros, a lugares de paz, donde las conexiones neuronales atípicas en mi cerebro se recomponen, no porque no acepte mi neurodivergencia, que al contrario abrazo y celebro, sino por probar otros estados mentales en ese afán de vivir mejor y dejar un legado digno como consecuencia de una salud física y sobre todo de una salud mental.

Correr también te lleva a nuevos lugares en el plano físico, a ciudades como Argentina Valdepeñas Cerna, maratonista Coahuilense que conocí por accidente a unos metros de la línea de la meta cuando otra corredora me pidió que les tome una foto con mi teléfono, “es un orgullo para México” me dijo entusiasmada la corredora anónima. Argentina, quien viaja desde Coahuila a Mérida y ha ganado varias veces la prueba de 21K de esta ciudad. Correr para Argentina ha significado correr literal, por todo el mundo: ciudades como Rotterdam, Milán, Houston, Valencia entre muchas más.

Su humilde servidor tras correr la carrera de Ciudad de Mérida el 8 de enero de 2023

¿Yo? corrí sobre la calle 62 de Mérida, una de las dos más importantes de la ciudad, que une al norte con el centro y el sur. Es una calle que paso a cada rato porque por esta zona trabajo. Corriendo, descubrí con asombro nuevos lugares, cafés y restaurantes en la calle sesenta y dos. Quizá correr me lleve más lejos de las calles de Mérida, por ejemplo de vuelta a Berlín, o a Buenos Aires, que tanto amé, o quizá me lleve a visitar Londres por vez primera. Lograr correr como Juan José Bacab 42 kilómetros requiere mucho entrenamiento, físico y mental, y dentro del diseño de lo mental, está viajar, como posibles motivaciones externas que harán que correr sea algo que no abandone por el momento y que mientras mi cuerpo me lo permita, continúe corriendo tras el bienestar para lograr una mejor conexión conmigo y también, con los demás.

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Paco Cetina

Escribo sobre las subidas y bajadas en mis esfuerzos por ser feliz, dejar un legado y cambiar el estado de las cosas.